Difícilmente existe un pasado
más triste que en donde uno mismo
cree ser el culpable.
Difícilmente existe un perdón genuino
en donde uno mismo se convierte
en juez y parte del culpable.
Difícilmente existe la libertad
del que ha vivido amarrado mentalmente
de la mano del culpable.
Difícilmente se encuentra en el silencio
una lucha que provoque cambio.
Difícilmente se ahoga el grito
en la conciencia del que se reprocha
a sí mismo ser culpable…
Y sin embargo,
todo termina donde comienza la cruz,
porque la verdadera fortaleza
radica en el perdón
del que redime nuestro pecado…