Juliano "el apóstata"

(76″ x 50″) Óleo sobre Tela, 2016

Juliano nació en una época en decadencia y durante el surgimiento de la fuerza política, social y religiosa más poderosa de toda la historia… el Cristianismo.

En el año 313 D.C.  Constantino “El Grande” había abrazado y favorecido la fe cristiana y había logrado con el “Edicto de Milán” poner fin a la sangrienta persecución de quienes profesaban el cristianismo, devolviéndoles la libertad de la que por muchos años se les había privado.

Constantino y sus hijos habían vestido la gran ciudad de Constantinopla con las ostentosas riquezas de los templos politeístas. El paganismo estaba perdiendo su esplendor, dejando tan sólo los vestigios de los que por siglos habrían sido los extraordinarios dioses y monumentos sagrados del Imperio Romano.

La vida de Juliano comenzó entre las sombras; a la muerte de Constantino se ordenó la brutal masacre de todos los parientes varones que en algún momento pudieran reclamar el trono, perdonándoles la vida únicamente a sus dos sobrinos más pequeños: Galo el mayor y su medio hermano Juliano.

Por un tiempo corto, pero decisivo, le enseñaron la religión de la época clásica y los viejos dioses del imperio, pero después, por órdenes del nuevo emperador, su primo Constancio, fue llevado a una especie de exilio apartado de todo; a las oscuras lejanías de Capadocia. Fue bautizado e instruido en la fe cristiana adquiriendo un amplio conocimiento del cristianismo. Sin embargo, él mismo describiría esta etapa de su vida como una época triste en la que se sentía solo “como un prisionero en una cárcel persa.”

Siendo un muchacho mayor y sin representar una amenaza, se le permitió dejar el exilio y vivir en la gran ciudad de Atenas, donde secretamente abandonó el cristianismo y comenzó a interesarse por las antiguas religiones de misterio y la religión de la época clásica. Disfrutaba estudiar a los grandes filósofos, retórica y literatura.

Con el tiempo, Constancio murió dejándolo como emperador supremo y absoluto de todo el imperio.

Juliano ambicionaba devolverle a Roma sus dioses moribundos y sus creencias religiosas cada vez más y más en decadencia y para hacerlo, no solo necesitaba promover el paganismo sino atacar a su rival más fuerte: el cristianismo que tanto odiaba.

Comenzó por declararse públicamente pagano, neoplatónico y, siendo de mente ágil de esos que prefieren los debates intelectuales antes de ensuciarse las manos, estaba convencido de que la manera para debilitar al cristianismo no sería por la fuerza, sino con inteligencia.

Emitió un decreto derogando todos los títulos de propiedad, derechos e inmunidades concedidos a los cristianos, exigiendo que devolvieran los impuestos desde el reinado de Constantino. Y tal era su odio y su rencor por el cristianismo que no dudó en aliarse con los Judíos para reconstruirles su templo; ya que existen dos profecías que inspiraron la sagaz pero retorcida mente de Juliano para llevar a cabo la construcción de este lujoso monumento.

En una, el mismo Jesucristo predijo que el templo sería destruido y que no quedaría piedra sobre piedra. Esta Palabra se cumplió

alrededor del año 70 D.C con una revuelta en donde el emperador Tito destruyó y quemó el templo, sin quedar vestigios del antiguo templo.

La otra profecía predice que el templo será reconstruido cuando el Mesías, Cristo, haya regresado a quedarse entre nosotros. De este modo, el emperador estaba convencido de que los creyentes, al ver el templo en pie sin que hubiera regresado el Cristo, apostatarían de su fe y regresarían a rendir culto a los dioses antiguos. Entregado a esta faena, mandó traer los mejores artesanos y arquitectos de todo el imperio, pagando todos los gastos con su propio dinero…

“Juliano pretende reconstruir a un precio extravagante el que una vez fuera orgulloso templo de Jerusalén, encargando esta tarea a Alipio de Antioquía. Alipio se puso en ello con vigor, ayudado por el gobernador de la provincia” (Amiano Marcelino. Historiador Romano)

Realizando esta codiciosa tarea se encontraba el emperador, cuando de repente, en palabras del Obispo de Jerusalén, estos fueron los acontecimientos:

“La siguiente noche, un poderoso terremoto destruyó las piedras del antiguo cimiento del templo y las dispersó junto con los edificios adyacentes. En consecuencia, el terror se apoderó de los judíos y las noticias de esto llegaron a muchos que vivían a gran distancia, por lo que se reunió una gran multitud para ver esto, y aconteció otro prodigio. Del cielo cayó fuego y consumió todas las herramientas de los edificadores, de tal manera que se veían las flamas sobre los mazos, las planchas para alisar y pulir las piedras, sierras, hachas, azuelas, en fin todos los diversos utensilios que los obreros habían estimado necesarios para la tarea; y el fuego continuó quemando entre ellos todo un día” (Cirilo, obispo de Jerusalén)

Su plan se vio frustrado de manera divina y violenta, mas seguía proponiéndose resucitar el cadáver del paganismo y maquinando estrategias para vengar su odio al cristianismo… el 26 de junio de 363 lo sorprendió la muerte; una lanza perdida acertó en su cuerpo.

No sabemos en qué punto apostató de la fe o si realmente algún día fue adepto a ella, pero lo que sí sabemos es que Juliano era un corazón atormentado y caprichoso vuelto en contra de aquellos que habían matado a su familia, mandándolo al exilio en nombre de Jesucristo.

Con su muerte corrieron los rumores y con ellos se hicieron las leyendas. Algunas cuentan que fue herido por un ser invisible o por un soldado del imperio, otras por nómadas llamados Ismaelitas, pero hay una en especial que nos cuenta que frustrado y violento cayó de rodillas al suelo y con su puño implacable blasfemó con un grito en contra del cielo, que decía: “Has vencido, Oh Galileo”…

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