"Si no te lavare..."

(32″ x 48″) Óleo sobre Tela, 2018

Jesús le dijo a Pedro: “Si no te lavare, no tendrás parte conmigo…”

Qué duras palabras para el oído orgulloso. Supongo que suenan así porque son la verdad, y nada incomoda más que la verdad de saber que uno mismo no puede… reconocer que nuestra inteligencia, destreza, caridad o inclusive nuestras habilidades no sirven de nada cuando se trata de cruzar la línea que separa lo terrenal de lo divino, no es nada sencillo; porque llegando a esa línea, todo se reduce a dos grandes rivales que no comparten dominio: la soberbia y la humildad.

Pero Jesús se encargaría de explicarnos la situación real en la que nos encontramos los seres humanos.

Era Palestina del primer siglo, las calles no estaban pavimentadas, por lo que siempre estaban polvorientas y sucias, los animales y sus desperdicios eran pisados por cientos de pies que llegaban a las casas a comer en mesas sin sillas y en donde la cara de una persona quedaba cerca de los pies de la persona contigua.

Ningún judío en su sano juicio lavaría los pies de alguien, esa tarea grotesca estaba reservada para los esclavos y de preferencia, para los que no eran judíos. Pero el Señor, el Maestro, el Cristo, se ciñó una toalla, vertió agua en un lebrillo y comenzó a enjugar los pies desaseados de cada uno de sus discípulos.

“¡Señor, no me lavaras los pies jamás!” grito Pedro defendiendo su orgullo o protegiendo el de su maestro, no sabemos. Pero de ninguna manera iba a permitir que el mismísimo hijo de Dios se humillara para limpiar su inmundicia. ¡Qué poco entendía Pedro! ¡Qué poco entendemos nosotros!

Sin embargo, el Maestro replicó: “Si no te lavare, no tendrás parte conmigo…”

Entonces Pedro comprendió que para poder caminar del lado de lo divino es necesario estar limpio, abrazar con humildad el sacrificio que limpia el corazón humano: el sacrificio de la cruz de Cristo.

Pero aunque Jesús lavó con toda su alma los pies de cada uno, hubo uno que se aferró a su orgullo y que decidió no cruzar la línea de lo terrenal, y fue ahí en donde la soberbia esculpió el corazón de Judas y grabó en él treinta monedas de plata, con las cuales traicionaría a Aquel hombre; entregaría al Maestro quien con toda humildad nos dio ejemplo de lo que es amor y servicio.

Pero Cristo sabía, por supuesto que sabía lo que vendría, así como lo indispensable que era que diera su vida para que tú y yo, despojándonos de la soberbia, abracemos la única opción de caminar a Su lado y ser completamente limpios…

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